Cada vez que un bebé llega al mundo, trae consigo grandes cambios en las dinámicas familiares que se venían manejando hasta el momento. ¿A qué me refiero con esto? A que la llegada del nuevo integrante implicará necesariamente la readaptación y reacomodación de los espacios, tiempos, tareas y responsabilidades de quienes compartirán su crianza.
Será necesario el establecimiento de nuevos códigos de convivencia que se adapten a la nueva configuración familiar.
Para lograr transitar estos cambios de un modo ordenado y apacible, será necesario, entre otras cosas:
– Crear un espacio de diálogo entre todos los integrantes de la familia sobre la distribución de las nuevas tareas que implicarán la llegada del bebé.
– Establecer con antelación pautas en relación a las visitas (días, horarios y condiciones).
– Realizar un listado de las actividades de ocio que tal vez deban ser suspendidas durante un tiempo por no ser complementarias con los cuidados de un bebé recién nacido y establecer una fecha aproximada para retomarlas (esto último ayudará a comprender que las configuraciones no son definitivas, sino que cambian permanentemente en base a las necesidades conforme pasa el tiempo).
– Configurar un listado de las personas externas a la casa a quienes se les solicitará ayuda cada vez que sea necesario y notificarlas para asegurarse de contar con ellas cuando se las requiera.
– Establecer para cada integrante de la pareja e intentar respetar: un momento del día para estar a solas y un tiempo exclusivo de pareja (donde en ocasiones se podrá buscar ayuda externa y en otros momentos se aprovechará el tiempo de descanso del bebé).
Junto al nacimiento del bebé asoman nuevos modos de vincularnos, de estar, de ser y de sentir. La comunicación es uno de los pilares fundamentales de la familia. Ponerle palabras a las emociones que surgen es necesario. Transitarlo acompañados es fundamental.
Carolina Seguí.