Todos conocemos a personas que sufren mucho y que muestran cierta tendencia a vivir constantemente preocupadas por diversas causas, la mayoría de ellas infundadas sobre posibles acontecimientos futuros con muy poca probabilidad de ocurrencia.
Muchos de nosotros, en más de una ocasión, nos hemos sentido atrapados en el bucle de la preocupación y nos hemos quedado enganchados en una idea rumiante que más que ayudarnos a solucionar algo que nos inquieta, nos ha generado emociones negativas y niveles altos de ansiedad.
Podríamos decir que preocuparnos, en cierto modo, nos ayuda a aliviar tensiones sobre algún acontecimiento futuro, incertidumbre o amenaza pero que si prolonga en el tiempo se convierte en un sufrimiento permanente tanto para la persona que lo sufre como para sus familiares, pareja o amigos.
Preocuparnos por algo no es malo, lo negativo siempre es el exceso. Situaciones como hacer un examen, una entrevista de trabajo, la salud de nuestros familiares y amigos, relaciones de pareja, etc., puede provocarnos cierta inquietud y que pensemos en ello de una forma recurrente, pero, sin embargo, una vez expuestos a la situación que tanto nos preocupaba, las preocupaciones suelen ir desapareciendo.
¿Qué ocurre cuando no podemos parar de preocuparnos por algo?
En estos casos, ocurre, que solemos vivir angustiados la mayor parte de nuestros días…y esta angustia no es más que una reacción emocional de nuestro cuerpo al exceso de pensamiento negativo.
Este exceso de actividad cognitiva (pensar mucho y que esos pensamientos sean malos, negativos y catastrofistas) si se mantiene en el tiempo y no hacemos nada por manejarla y cambiarla, puede tener efectos negativos tanto para la salud física como para la salud psíquica, así como afectarnos a nuestras relaciones y actividad diaria.
¿Qué podemos hacer para solucionarlo?
Aquí os dejo algunos tips para evitar que las preocupaciones no nos atrapen:
– No intentes dejar de pensar. Eso sería paradójico… terminarías pensando o preocupándote más. Pensar es una actividad automática y natural de nuestra mente es por ello que debemos dejar fluir nuestros pensamientos (que lleguen y se vayan).
– No podemos evitar que una preocupación aparezca, pero sí que podemos evitar darle muchas vueltas…
– Una vez se instale un pensamiento o preocupación y no pares de darle vueltas…somételo a un cuestionamiento: ¿Es una preocupación real…sí o no? ¿Tengo motivos reales y objetivos para preocuparme? En el caso de que así sea, ¿preocuparme mucho hará que la situación mejore?
– En muchas ocasiones, preocuparnos en exceso está muy relacionado con la necesidad de controlar una determinada situación. Sería muy saludable aceptar que (afortunadamente), no tenemos el control de todas las cosas que ocurren en nuestra vida.
– Si algo te está preocupando mucho compártelo, háblalo o escríbelo. Normalmente cuando damos salida a nuestros miedos y preocupaciones éstos se hacen más pequeños y manejables y, por tanto, más fáciles de solucionar.
Es muy importante que sepas que las preocupaciones recurrentes sólo cumplen la función de fastidiarnos la vida y no solucionan los problemas.
Podemos vivir mejor con menos preocupaciones, la clave está en saber detectar o medir si pasas mucho tiempo preocupándote o sintiendo angustia por cosas que aún no han pasado y que, en la mayoría de las ocasiones, no vayan a suceder. Una vez las detectes, cuestiónalas, es decir, plantéate si realmente ese pensamiento que te preocupa tiene sentido o no, es algo que tiene una alta probabilidad de ocurrencia o no.
No obstante, en la mayoría de las ocasiones, comenzar un proceso terapéutico se convierte en la mejor medida tanto para conocerse mejor a unos mismo como para poder comprender determinados aspectos de nuestro comportamiento y sentido de nuestras preocupaciones.